EL
Por: Anatxu Zabalbeascoa | 10 de abril de 2015
Por: Anatxu Zabalbeascoa | 10 de abril de 2015
Cada cumpleaños, cada Navidad, cada aniversario, dos holandeses que
estudiaban para convertirse en empresarios recibían de sus respectivas
abuelas idénticos regalos: bufandas, gorros o manoplas tejidos por
ellas. Cuando terminaron sus estudios, Jip Pulles y Niek van Hengel
tenían, además de un armario lleno de prendas de abrigo, un proyecto
en común. Habían decidido que lo que hacían sus abuelas no podía
desaparecer del mundo. Por eso pensaron que serían ellas quienes
darían sentido, forma y contenido a su futuro empresarial. Hablaron
con ellas y les preguntaron que por qué se pasaban el día tejiendo.
Contestaron que les gustaba, se sentían solas y no tenían nada mejor
que hacer. Las respuestas de ambas pusieron en marcha la empresa
Granny finest, una iniciativa rompedora que utiliza como mano de
obra a ancianas que sienten pasión por la lana y las agujas de hacer punto.
estudiaban para convertirse en empresarios recibían de sus respectivas
abuelas idénticos regalos: bufandas, gorros o manoplas tejidos por
ellas. Cuando terminaron sus estudios, Jip Pulles y Niek van Hengel
tenían, además de un armario lleno de prendas de abrigo, un proyecto
en común. Habían decidido que lo que hacían sus abuelas no podía
desaparecer del mundo. Por eso pensaron que serían ellas quienes
darían sentido, forma y contenido a su futuro empresarial. Hablaron
con ellas y les preguntaron que por qué se pasaban el día tejiendo.
Contestaron que les gustaba, se sentían solas y no tenían nada mejor
que hacer. Las respuestas de ambas pusieron en marcha la empresa
Granny finest, una iniciativa rompedora que utiliza como mano de
obra a ancianas que sienten pasión por la lana y las agujas de hacer punto.
Pulles y Van Hengel les preguntaron si les gustaría trabajar en grupo. Las
abuelas dijeron que sí: podían hablar mientras tejían, podían comparar sus
trabajos, podían aprender de las otras y, sobre todo, dejarían de sentirse solas.
Comenzaron a idear entonces una red de abuelas tejedoras que terminaría por
convertirse en el telar de la empresa. Tras dos años de producción muy limitada,
las prendas de alpaca comenzaron a hacerse populares. Las imperfecciones
de los gorros y las bufandas se convirtieron en marcas de sus autoras. Y de
varias tiendas del país llegaban pedidos que las abuelas tejedoras y sus compañeras
no podían abastecer. Fue entonces cuando Pulles y Van Hengel pusieron en
marcha los grupos de abuelas. Hoy hay más de treinta por todo el país. Más
de 300 ancianas tejen para esta ya no tan pequeña firma holandesa.
abuelas dijeron que sí: podían hablar mientras tejían, podían comparar sus
trabajos, podían aprender de las otras y, sobre todo, dejarían de sentirse solas.
Comenzaron a idear entonces una red de abuelas tejedoras que terminaría por
convertirse en el telar de la empresa. Tras dos años de producción muy limitada,
las prendas de alpaca comenzaron a hacerse populares. Las imperfecciones
de los gorros y las bufandas se convirtieron en marcas de sus autoras. Y de
varias tiendas del país llegaban pedidos que las abuelas tejedoras y sus compañeras
no podían abastecer. Fue entonces cuando Pulles y Van Hengel pusieron en
marcha los grupos de abuelas. Hoy hay más de treinta por todo el país. Más
de 300 ancianas tejen para esta ya no tan pequeña firma holandesa.
Hasta tal punto es así que, hace un año, los fundadores de la empresa decidieron ampliar el negocio. Primero contactaron con diseñadoras (Rosanne van der Meer, Channa Ernstsen) para que orientasen a las abuelas sobre posibles nuevas prendas. Luego fueron a buscar a jóvenes recién licenciadas (Renuke Vesluijs, Charlotte Kan) para lanzar, con la mano de obra de las ancianas, una línea para niños.
Reconozco que cuando conocí la historia y visité el piso de Róterdam en el que los jóvenes empresarios montaron la sede de la empresa había algo que no me cuadraba. La evolución estaba clara, las abuelas parecían felices, las diseñadoras conseguían trabajo y el producto mejoraba año a año. ¿Cómo les pagan a las abuelas? "Era difícil responder a esa pregunta", contestó Pulles. Por un lado, no queríamos exigir un ritmo de producción, es evidente que cada abuela necesita un ritmo propio. Las hay que hablan y las hay que tejen. Todo eso puede hacerse en los clubs", explica. Además, cobrar dinero les haría perder los privilegios y la tranquilidad de la pensión con la que viven. El pago no podía ser en dinero", explica. ¿Qué hicieron para recompensar e incentivar a las abuelas?
Les organizaron comidas y fiestas:
Viajes y excursiones:
Cada año celebran una fiesta de gala.
Ah, y se convirtieron en maestras. Consiguieron que sus nietos aprendieran a tejer:
Niek van Hengel y Jip Pulles en su despacho de Róterdam.
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