Con la vida por delante
Fran Araujo
Notitarde 16 de abril 2015 pág. 6/OPINIÓN
La vida se suele dividir en etapas temporales, cada una asociada a unas
características concretas. Mientras la infancia, juventud y primera madurez
aparecen siempre como el esplendor de la vida, la vejez se asocia con el
agotamiento, la inutilidad, la fase a la que nadie quiere llegar.
Nada más lejos de la realidad. A los sesenta años una persona se encuentra
en un estado de plenitud, madurez y reflexión que le permiten disfrutar de
la vida en una dimensión más serena y comprensiva. Una persona con sesenta
años conserva intactas sus aptitudes, excepto por los casos que entrañan
problemas de salud o los trabajos que por su dureza exigen un gran
esfuerzo físico.
La vejez también se asocia a la multiplicación del tiempo libre. Pero hay
que diferenciar el ocio del tiempo liberado. Ocio no significa matar el tiempo,
sino vivirlo. Realizar actividades por gusto que proporcionen plenitud. El
ser humano necesita saberse útil, tener una función. Aunque la vida no
tenga sentido, tiene que tener sentido vivir. Existen infinitud de ocupaciones
que mantienen el ingenio y poseen valor social. Una de ellas es el voluntariado
que, en los últimos años, se ha multiplicado entre los mayores de sesenta años.
Los mayores no deben desvincularse del mundo y, mucho menos, del mundo
de los mayores. Todavía tienen mucho que aportar. La sociedad no puede
permitirse perder algo tan valioso. Si sólo valoramos el trabajo y la productividad
como elementos que conforman al ciudadano, estamos dejando escapar
una increíble riqueza humana.
Siempre se ha asociado la revolución con la juventud. Dentro de veinticinco
años la mitad de la población de Inglaterra tendrá más de 60 años. El poder
democrático de los mayores en este punto será enorme. El cambio está en
sus manos. Sólo necesitan la fuerza y el coraje de poner su experiencia al
servicio del mundo. Y este fenómeno de envejecimiento de la población no
se da sólo en Europa. Los últimos estudios muestran que en Argentina y
otros muchos países de Latinoamérica, se dará el mismo patrón dentro de
unos años y será mucho más acelerado.
Es necesario desvestir a la vejez de ese sentimiento de inutilidad. Evitar el
reparo a expresarse por el miedo al rechazo de los más jóvenes. El cambio
tiene que venir de la relación entre generaciones. La sabiduría y experiencia
del mayor y el tesón e idealismo del joven deben ir de la mano para lograr
una mejora social inteligente y pausada. De ahí que cada vez se fomenten
con más fuerza las relaciones intergeneracionales.
Los mayores muchas veces se sienten inmigrantes en el tiempo, se tienen
que integrar en una sociedad que cada vez cambia más rápido. Resulta poco
inteligente abandonar al guía de la expedición porque no es capaz de
seguir el ritmo, máxime si tenemos en cuenta que es el que posee un mayor
conocimiento del terreno. Hay que realizar un esfuerzo que se manifieste
en políticas de integración para nuestros mayores.
La edad no limita la capacidad de aprender, al contrario, la riqueza de filtros
internos es enorme y cada vez son más los mayores que se acercan al estudio
en esta etapa de sus vidas. Lo más importante es mantener un cierto nivel
de actividad que alimente la autoestima, autorrealización, independencia
e identidad.
Picasso decía: cuando alguien me dice que ya estoy demasiado viejo para
hacer algo, corro inmediatamente a hacerlo . No podemos dejarnos vencer
por la vejez y las connotaciones sociales que conlleva. A los sesenta años
aún queda toda una vida por delante, aprovecharla depende de cada
persona y de la situación que viva. Los mayores no pueden caer en el
sentimiento de inutilidad. Si uno se siente parte, nadie le puede limitar sus
deseos de vivir y de hacer cosas por la comunidad y por sí mismo. Que
cuando le pregunten ¿Usted qué era antes? , pueda responder, yo
sigo siendo todavía .
Fran Araújo
Director de cine
Centro de Colaboraciones
Solidarias
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