Una nueva belleza

Una nueva belleza
Una nueva belleza que sólo yo reconozco: la que brota de mi alma

lunes, 30 de marzo de 2015

La experiencia es la mejor escuela. Nada más poderoso para crecer que vivir y sentir las enseñanzas. Podemos saber mucho sobre algo, pero hasta no experimentarlo será un conocimiento alojado en la razón y no en el corazón. Valioso, sin duda, pero no necesariamente transformador. Es una sabiduría teórica que aún no llega a los niveles más profundos.

Inspirulina: La real sabiduría

La real sabiduría | Ilustración: J.A. Ovalles
La real sabiduría | Ilustración: J.A. Ovalles

La experiencia es la mejor escuela. Nada más poderoso para crecer que vivir y sentir las enseñanzas.  Podemos saber mucho sobre algo, pero hasta no experimentarlo será un conocimiento alojado en la  razón y no en el corazón. Valioso, sin duda, pero no necesariamente transformador. Es una sabiduría  teórica que aún no llega a los niveles más profundos. 
Por ejemplo, un orgasmo. ¿Es lo mismo tener una noción teórica de la sensación que experimentarlo en  la práctica? La mejor literatura erótica puede hacer que vuelen los sentidos y una imaginación fértil es  capaz de invocar las más excitantes imágenes, mas si el orgasmo solo es producto de la actividad mental,  hay algo que falta además de la piel. No hay sustituto para la energía que fluye de un cuerpo a otro en el  clímax. Tampoco existe la dicha del amor hecho carne.
Algo así ocurre con la sabiduría de vida. La mente es capaz de absorber mucha información, el intelecto  puede entender muchas ideas, pero no es sino hasta el momento en que estos conocimientos se
convierten en una experiencia, que podemos decir que son una sabiduría real. Antes de ello son un  concepto, una reflexión, algo que podemos entender y relacionar con ciertas emociones o situaciones. Sin  embargo, no se siente de la misma manera ni tampoco nos dice lo mismo. Por ello, las experiencias y los  años son maravillosas escuelas. Por eso, me resuenan más los consejos de paternidad de quienes han  criado hijos y las recomendaciones de pareja de quienes han compartido su vida con alguien. La
sabiduría de librito suena bien, pero no necesariamente llega a las raíces.
En la tradición budista la sabiduría es conocida con el término pañaña y se manifiesta en tres niveles. S.  N. Goenka, uno de los más grandes maestros de meditación del siglo XX, decía que es necesario  diferenciar estos tres niveles si realmente queremos conocer al mundo y a nosotros mismos. El primero  es sutta-maya-pañaña, o la sabiduría que obtenemos al leer o escuchar las palabras de otros, que si bien puede ser algo que nos ayuda a abrir los ojos, termina siendo la sabiduría de otra persona y no la nuestra.  El segundo nivel es citta-maya-pañaña, o el resultado de razonar y analizar la información que hemos recibido. Es un proceso intelectual que nos permite aprender y decidir si las enseñanzas son relevantes o  lógicas.
El tercer nivel, el más poderoso, es bhavana-maya-pañaña. Esta es la sabiduría que crece dentro de nosotros en cuanto a las experiencias. La que surge cuando practicamos lo aprendido y comprobamos los  resultados de manera directa. De esta forma cruzamos el puente del conocimiento para alcanzar la real  sabiduría porque una cosa es conocer algo y otra más poderosa es experimentarlo como una verdad integrada a nuestra vida. Así deja de ser una idea para transformarse en parte de quienes somos,  pasando de la cabeza al corazón y expresándose a través de nuestras acciones y pensamientos.
En la senda del crecimiento humano es muy fácil obtener el primer nivel; a fin de cuentas, hoy en día  abunda la información. Basta el interés y la inteligencia para llegar al segundo nivel, pero alcanzar el  tercero requiere un paso que no damos con palabras o deseos. Requiere el esfuerzo de recorrer el camino, alineando intenciones y acciones, practicando la prédica, para así comprobar en lo más profundo  de nuestro ser, más allá del análisis teórico y las sesudas explicaciones, aquello que deja de ser simple conocimiento para convertirse en nuestra verdad.
La que hemos experimentado, no las que nos contaron.

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